INTEGRACIÓN SENSORIAL EN PERSONAS CON AUTISMO
La integración sensorial es una capacidad que tiene el ser humano (su cerebro) para recibir estímulos del ambiente en el que la persona se encuentra. Éstos estímulos pueden provenir de los diferentes sentidos (sistemas sensoriales): la vista, el gusto, el oído, el tacto, el olfato, el vestibular (muy relacionado con el equilibrio, con la sensación que nos produce el movimiento) y el propioceptivo (la conciencia de cómo está mi cuerpo con respecto a mi entorno. Muy relacionado con el control postural y la programación de los movimientos).
A pesar de que ninguna persona tiene un procesamiento sensorial perfecto podemos asumir que es suficiente siempre y cuando me permita realizar las actividades de la vida diaria.
Es bastante habitual encontrar problemas de integración sensorial en las personas con autismo. Estas dificultades, unidas a los rasgos propios del trastorno, suponen un reto para la intervención que deben ser abordadas desde un punto de vista amplio. Es decir, las dificultades de integración sensorial no pueden ser tratadas como una circunstancia aislada del resto de la sintomatología. Por ejemplo, un niño con TEA que presenta dificultades en cuanto a la alimentación, podrá tener una disfunción del procesamiento sensorial pero también habrá que tener muy en cuenta, por ejemplo, la rigidez cognitiva propia del autismo.
Se ha hablado en numerosas ocasiones de la hipersensibilidad (muy sensibles a un determinado estímulo, umbral muy bajo) y de la hiposensibilidad (poco sensibles a un estímulo, umbral muy alto). Esto, a grandes rasgos quiere decir que una persona con TEA que tiene una disfunción del procesamiento sensorial puede reaccionar de manera exagerada ante un estímulo que aparentemente no es agresivo (hipersensibilidad) o puede que apenas reaccione a él (hiposensibilidad). Sin embargo no es una cuestión tan sencilla. Por ejemplo, Temple Grandin (mujer con autismo que ha hecho aportaciones muy importantes al mundo del autismo), dice sobre su procesamiento auditivo: «Mi sentido del oído es como si llevase un audífono con el volumen bloqueado en super alto. Es como un micrófono que lo recoge todo. Tengo dos opciones: encender y abrumarme o desconectarlo». Esto evidencia la posibilidad de que una persona que, de hecho, es hipersensible a los estímulos auditivos o a determinados estímulos auditivos, reaccione prestando poca atención. Esta casuística podría confundirnos con un caso de hiposensibilidad auditiva cuando no es así. Otro claro ejemplo de esto, podría ser un niño/a con TEA y una hipersensibilidad auditiva que «canturrea» habitualmente en ambientes de mucho ruido ambiental. No es que sea ajeno o hiposensible al sonido que percibe sino que genera su propio «ruido» para desconectarse de un entorno que no le es agradable.
Algo importante que debemos entender es que una persona puede ser hipersensible ante un estímulo que recibe de un determinado sistema sensorial e hiposensible o lo que llamamos «óptimo» ante otro de otro sistema sensorial pero, además, una misma persona puede mostrarse como hipersensible a un estímulo que recibe de un sistema sensorial, por ejemplo del tacto, en una determinada situación y que el mismo estímulo en una situación diferente sea tolerado. Siguiendo con el ejemplo del tacto, podría ser que un niño/a reaccionase de manera negativa ante una caricia en un determinado contexto y que en otra circunstancia lo percibiese como agradable.
Abordar la problemática que deriva de las dificultades de integración sensorial es muy importante porque con ello conseguimos que la persona participe más en las actividades en las que no se maneja bien pero, además, conseguimos: por un lado, reducir situaciones detonantes de una conducta negativa y, por otro, mejorar las estrategias de autorregulación.
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