Continuamos trabajando la importancia del juego para el desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños y niñas, en esta ocasión poniendo el énfasis en el uso del lenguaje. Se comenta durante la terapia familiar que mientras juegan, los chicos y chicas mantienen la “mente abierta” y aprenden prácticamente sin esfuerzo y divirtiéndose, fomentando la creatividad, la imaginación y la curiosidad. Además, durante el juego, el error se vive como parte de la propia dinámica lúdica y podemos aprovechar para fomentar una actitud positiva ante la equivocación, volver a intentarlo con ganas de hacerlo bien. Mientras están jugando, generalmente, quieren que todo les salga bien y, por tanto, preguntan, se comunican o, por ejemplo, nos llevan la mano para ayudarles a hacer algo que a ellos/as les está costando. Al disfrutar jugando, aunque la actividad les cueste, son capaces de mantener la atención por más tiempo y esforzarse por entender y comunicarse de forma activa.
Durante el juego existe una retroalimentación propia y del compañero/a. La propia es aquella que nos dice cómo estamos con respecto al juego, por ejemplo, si me quedan muchas o pocas casillas para llegar a la meta, si a mi compañero/a le quedan más o menos que a mí, etc. La retroalimentación de la otra persona es aquella que me llega como respuesta después de yo haber hecho alguna cosa. Ambas permiten que los/as niños/as estén siempre «presentes» e interactuando con los demás. Asimismo, se entiende que el juego es emoción pura y sabemos que es mucho más fácil aprender si hay emoción y, así, durante el juego, tenemos la oportunidad de enseñar las emociones porque las viven en primera persona, pero también porque jugando las amplifican o las simulan o las perciben en los demás (juegos de rol o simbólicos).
La elección del juego tiene que ver con los intereses del niño/a, pero se pueden tener en cuenta otros aspectos:
- Primero, que sea divertido porque, aunque después vengan los aprendizajes, la dinámica tiene que ser entretenida y amena y hacernos pasar un rato alegre y distendido.
- Segundo, que el juego sea acorde con la edad. En este punto nos guiamos por las indicaciones de los fabricantes, pero es importante que seamos los padres y las madres los que tengamos en cuenta las habilidades y destrezas de los/as niños/as para no correr el riesgo de que se pase por alto alguna etapa de juego.
- Tercero, los juegos o juguetes deben ser estimuladores de cualquier área de aprendizaje: de las ganas de mirar, de tocar, de investigar, de imaginar, de colocar, de sentir, de moverse, de hablar… Es importante la variedad de juegos, cuanta más variedad mejor, pero esto no quiere decir que se necesiten muchos juguetes porque el exceso puede confundirles y quitarles las ganas de usarlos. Hay que tener un repertorio rico de juegos y de juguetes en cuanto a las áreas a estimular: sensoriales, de movimiento, de mesa, de comunicación, etc.
- Cuarto: deben ser juegos o juguetes que propicien la interacción. Durante el juego los/as niños/as pueden realizar aprendizajes importantes para la vida y muy difíciles de adquirir en un entorno natural: aprender a oponerse, a negociar, a esperar el turno, a ganar, a perder, a superarse…
- Y por último que sean juegos o juguetes con certificados de calidad homologados (Marcado CE), que cumplan con la función para la que han sido creados aunque les demos otras aplicaciones y sin riesgos asociados para el/la niño/a (no tóxicos, sin riesgos de asfixia por desprendimiento de piezas pequeñas, higiénicos, propiedades eléctricas reguladas, sin riesgo de inflamabilidad, etc.)
¿Cómo evolucionan los juegos en función de las etapas de desarrollo? Lo importante es entender que en la mente del niño/a el juego es algo que evoluciona, pero que no se interrumpe o desaparece, sino que sumamos juegos. En las primeras etapas, lo primero que aparece es un juego relacionado con el movimiento, el desplazamiento, la manipulación y lo sensorial. Después surgen los juegos que tienen más que ver con lo simbólico, pero entre un tipo de juego y otro aparecen los juegos de construcción. Estos mantienen un poco de manipulación y un poco de simbolización ya que tienen que hacerse una imagen mental de algo que se vaya a construir y que antes no existía (puzzles, collares, torres de cubos, etc.). Por último aparecerían los juegos de reglas donde las normas están «escritas». Es importante, por tanto, fomentar y desarrollar el juego en función de las etapas de desarrollo.
El juego educativo es aquel que contribuye a la educación del/la niño/a ampliando su relación con el mundo que le rodea (una muñeca, un puzzle, una bicicleta, un partido de fútbol…) y el didáctico es aquel que está diseñado con un objetivo de aprendizaje concreto (un puzzle abecedario, baraja de cartas de vocabulario…) Ninguno es mejor que otro. Todos los juegos serán positivos porque facilitarán aprendizajes diferentes. Lo importante es cómo presentamos los juegos o los juguetes y qué valores queremos transmitir con los mimos. Por ejemplo, cuando introducimos la competitividad en un juego pierde la esencia de juego, es recomendable no introducir valores como la competitividad en niños/as que aún no son capaces de comprender lo que es la competencia.
Actualmente está muy de moda el término “gamificación”. Se trata de tomar elementos concretos de juegos que son muy atractivos para los/as niños/as y llevarlos a entornos de aprendizaje distintos. Comentamos que esto si se hace bien es estupendo pero que hay que tener cuidado porque, por ejemplo, si tomamos exclusivamente de un juego los puntos, las clasificaciones, los niveles… podemos estar transmitiendo valores que no son los que inicialmente pretendíamos. Además puede originar frustraciones y sentimientos muy alejados de la esencia de juego. Como ejemplo de un buen empleo de ludificación se podía, por ejemplo, plantear un aprendizaje como un reto, utilizar la narrativa (los cuentos) para lanzar aprendizajes, etcétera.
Por último destacar la importancia de que los adultos mantengamos una actitud lúdica, siendo ejemplos a imitar (acordaros del modelado) y catalizadores de actitudes lúdicas y de tiempo de juego en familia. Para ello se destacan algunas cuestiones importantes:
- Los adultos tenemos que sentirnos libres durante el juego, eliminar las vergüenzas, el miedo a hacerlo mal, a hacer el ridículo, a recuperar ese niño/a que todos llevamos dentro, etc.
- Debemos estar en el presente. Eso quiere decir que si nos sentamos a jugar con nuestros/as hijos/as debemos aparcar otras cosas: fuera móviles, malos rollos adultos y otras distracciones.
- Tener iniciativa: proponer juegos, actividades, dinámicas lúdicas, cantar, bailar, saltar… todo esto nos ayudará, además, a desestresarnos y a salir de nuestra rigidez cotidiana como adultos.
- Arriesgarnos a no hacerlo bien y dar ejemplo de una actitud de «volverlo a intentar» con ilusión, porque quiero que me salga esta vez bien (entender la dificultad como un reto).
- Asombrarnos de las cosas, tener curiosidad, mostrar entusiasmo.
- Creatividad, mente abierta.
- Disfrutar de las pequeñas cosas y mostrarlo sin pudor.
- Tolerar la incertidumbre: proponer actividades sin saber el resultado final. Es importante que si las cosas no salen como esperábamos (por ejemplo hemos puesto mucho empeño en preparar una actividad que nuestro hijo/a nos ha rechazado), no nos frustremos. Debemos intentar aparcar lo que sea y pasar a otra cosa con alegría (los niños/as tienen su tiempo y quizás más adelante, aquello que hoy rechazaron, mañana lo acepten).
Como reflexión final a este apartado de la terapia se comentó que la actitud lúdica nos debería acompañar en la vida diaria e integrarla en muchos momentos del día como estrategia de afrontamiento de diferentes situaciones.
En el siguiente artículo continuaremos explicando más temas que se plantearon en esta terapia que dió para mucho más. ¡El juego es lo que tiene!